Cuando pensamos en arquitectura, solemos asociarla con el diseño y la construcción de edificios o casas. Pero si vamos un poco más allá, la arquitectura también es una respuesta a la cultura y al paisaje del lugar donde se ubica. Por eso no existen dos ciudades iguales en el mundo: cada una tiene características propias del sitio y de su gente.
Uno de los objetivos del arquitecto es lograr la armonía en sus proyectos, y para ello es fundamental entender el entorno. Esto implica que, antes de diseñar, es necesario analizar el clima, el terreno, la vegetación y los materiales del lugar. Pero también es clave conocer la historia, la cultura y la forma de vida de la comunidad.
Por ejemplo, en regiones cálidas, las casas tradicionales suelen construirse en madera y elevadas del suelo, como estrategia para favorecer la ventilación. En cambio, en zonas frías, las viviendas tienden a edificarse con gruesas paredes de barro, asentadas directamente sobre el terreno, para conservar mejor el calor.
Cada comunidad tiene una forma única de construir sus espacios como respuesta a cómo los habita. Es un conocimiento que se transmite de generación en generación. Sin embargo, es importante entender que las comunidades evolucionan; por tanto, no se trata de copiar estilos arquitectónicos antiguos, sino de reinterpretarlos para que respondan a las necesidades actuales. Cuando una persona reconoce su cultura en un espacio, puede apropiarse de él más fácilmente.
Es decir, una casa nueva puede tener un diseño contemporáneo, pero inspirarse en las formas, colores o símbolos de la arquitectura tradicional del lugar.
El uso adecuado de materiales locales tiene un efecto positivo, ya que permite que la construcción se conecte con su entorno. Estos materiales pueden utilizarse de forma tradicional o reinterpretarse de manera creativa y moderna, siempre respetando la identidad del lugar.
Por ejemplo, en Cuenca, el ladrillo, la piedra, la madera y el barro son materiales comunes en las construcciones, ya que se encuentran fácilmente en la región.
Al momento de diseñar, a veces olvidamos algo fundamental: la arquitectura no debe dominar el paisaje, sino dialogar con él, o mejor aún, adaptarse a él. Es un reto, pero el objetivo debe ser diseñar sin destruir el entorno natural.
Por ejemplo, si en un terreno existen árboles antiguos, lo ideal es integrarlos al diseño, no eliminarlos como si no formaran parte del lugar.