Cuenca está pagando las consecuencias de un crecimiento que estira la ciudad hacia afuera mientras su Centro Histórico se vacía sin sentido. Moradora, representada por los arquitectos Carlos Espinoza y Alexis Schulman, defendió una idea incómoda para muchos en su intervención en la Cumbre Internacional de Arquitectura, Patrimonio y Desarrollo Urbano e Inmobiliario 2025: la ciudad no puede seguir guiada solo por la lógica del mercado. Sin comunidad, memoria y futuro, no hay verdadera innovación.
Carlos Espinoza durante su intervención en la Cubre Internacional de Arquitectura, Patrimonio y Desarrollo Urbano e Inmobiliario 2025. (foto: Mateo Game_ Oscura Films)
No se puede plantear el desarrollo urbano sostenible únicamente desde las reglas del mercado inmobiliario."
No hizo falta un discurso grandilocuente para decir lo obvio: Cuenca lleva años creciendo hacia donde no tiene que crecer. Y, mientras tanto, su Centro Histórico —ese que cualquier ciudad del mundo envidiaría— se va quedando sin vecinos, sin vida cotidiana, sin el ruido normal de una ciudad habitable. Eso fue lo que plantearon Carlos Espinoza y Alexis Schulman, en representación de Moradora, durante su intervención en la Cumbre Internacional de Arquitectura, Patrimonio y Desarrollo Urbano e Inmobiliario 2025 desarrollada de el 14 al 17 de octubre en el Hotel Oro Verde de la ciudad de Cuenca. Y lo pusieron sobre la mesa con una claridad que a veces incomoda: las ciudades no se pueden construir solo desde la lógica del mercado.
¿Por qué? Porque el mercado no está pensando en la ciudad, sino en la rentabilidad. “La mano invisible” —como se suele romantizar— no cuida el patrimonio, no frena el deterioro social, no protege el territorio agrícola que todavía abraza a Cuenca. Basta ver los números: edificios más altos, más invasivos, con fachadas diseñadas casi como anuncios, no como arquitectura que entiende el lugar. Un centro cada vez más caro para vivir y cada vez más barato para alquilar por noches. Esa mezcla en apariencia moderna, termina expulsando habitantes de siempre hacia las periferias y alimentando el mismo círculo vicioso que nos trajo hasta aquí.
Alexis Schulman durante su intervención en la Cubre Internacional de Arquitectura, Patrimonio y Desarrollo Urbano e Inmobiliario 2025. (foto: Mateo Game_ Oscura Films)
Buscamos crear comunidades en las que el sentido de pertenencia sea un motor para la convivencia.
Además, los arquitectos fueron directos en algo que muchos prefieren ignorar: gran parte del Centro Histórico tiene un potencial enorme para reconstruir comunidad sin gastar fortunas en infraestructura. Ya lo tiene todo: caminabilidad, comercio, cultura, redes, servicios. Y, sin embargo, está subutilizado. Casi el 70% de sus edificaciones no tienen valoración patrimonial, lo que significa que son justamente esas las oportunidades para repoblar el corazón de la ciudad sin destruir su memoria.
Moradora no participa del discurso de “construir por construir”. Y lo dijeron sin adorno: se trata de levantar ciudad, no solo edificios. La vivienda no puede seguir siendo vista únicamente como inversión financiera, porque eso crea barrios vacíos, edificios llenos de luces apagadas y centros históricos convertidos en escenografía turística. Una ciudad sin residentes reales es un cascarón bonito.
Nuestro primer proyecto, La Cruz 13-40, ubicado en el barrio El Vado en Cuenca. (Foto: Chivo Crespo)
En cambio, Moradora piensa lo contrario: vivienda accesible, permanencia, belleza con propósito, comercio local, investigación barrial, técnicas constructivas que rescaten la memoria, y un modelo que frene la expansión hacia las periferias para proteger el territorio agrícola que aún nos queda. No es nostalgia. Es simple sentido común.
Puede sonar obvio, pero vale repetirlo: la innovación no consiste en inventar algo “nuevo” cada vez. Tal vez innovar hoy es restaurar, repoblar, coser la ciudad, densificar con cuidado, dejar de desperdiciar el Centro Histórico y asumir que un edificio debe mejorar la vida colectiva, no solo la cuenta bancaria de su desarrollador.
Al final, la pregunta que quedó flotando en la sala fue la más importante: ¿queremos una ciudad para vivirla o solo para venderla?